Hijo, no me dejes sola

A las siete de la mañana carga a su madre en brazos y la sienta en el asiento delantero del remis. Sale por la ciudad en busca de pasajeros. La vieja no para de hablar ni un solo instante: “Hijo, cuidado con el semáforo que está en rojo”. “No vayas tan fuerte que te pueden hacer la boleta”. “¿Escuchas ese ruidito que hace el motor?. ¿No se estará por fundir el auto?”. “No alces a ese tipo, tiene una cara de chorro bárbaro”. “Esta ciudad está llena de drogadictos.” “Dios mío, como visten las mujeres ahora. Después se quejan si las violan.”

Cada tanto la vieja se duerme. Se despierta llorando. Siempre sueña con Juan, su hijo. El niño murió cuando tenía cinco años. Le cuenta a los pasajeros: “Por eso le puse Juan a el, por su hermanito. Por suerte este me salió sanito. Y eso que se fuma dos atados de cigarrillos por día. A veces tengo miedo que le pase lo mismo que a su hermanito. Dios no lo permita”

Al mediodía paran a cargar gas. El empleado de la estación le pide a Juan que baje a su madre del auto: “Es muy peligroso, puede explotar el equipo de gas”. “Dejala – le dice Juan –pobrecita – No puede caminar”. “Me comprometes…” Juan le da sien pesos. El tipo se mete rápido la plata en el bolsillo del pantalón. Cierran las puertas del auto. La vieja grita desde adentro: “Hijo, no me dejes sola!!!”. Juan se retira unos treinta metros. Ve a su madre golpear los vidrios del remis. Prende un cigarrillo. Fuma. Cierra los ojos. Imagina a su madre volando en mil pedazos.

 
 
El relato pertenece al libro La pastilla que brillaba como una luciérnaga, publicado por Borde Perdido Editora.