Las cosas que nos pasan son la vida – Sobre «Animales», de Santiago Craig.
Un mapa, uno donde hay lugares similares pero asimismo singulares en su condición. Refranes y máximas que configuran y dan estatuto -y sentido- a esos lugares, pueblos, comarcas. Santiago Craig hace gala en este libro de situaciones fundantes, extrañas pero nunca absurdas, sino fatalmente configuradoras de la realidad, una que la buena literatura nos enseña en cada texto. La prosa exquisita y sin ambages ni circunloquios es la que nos lleva como por una cinta a enterarnos de los sucesos narrados en Animales, donde las especies, los bichos, las mascotas, pueblan y fundan el imaginario del autor y cuyas estaciones del mapa descubre a cada paso para que conozcamos que, al fin y al cabo, “las cosas que nos pasan son la vida”.
Voy por partes: Oso, perro, jirafa, búho, cisne, cebra, avispa, cerdo, liebre, zorra, dragón, pulpo, escarabajos, murciélagos, huemul, mosca, pez, elefante. Y bien digo lo de ir por partes: cada cuento trata sobre cada uno de estos seres, pero la imaginería de Craig logra desunir, trozar, amplificar, dividir, secuenciar, metamorfosear, alambicar, estatizar cada uno de ellos en base a las historias por las que transitan los personajes humanos. Con un eco en mi opinión nada lejano a aquel Animalario Universal del profesor Revillod, donde cada lector puede armar con cada una de las tres partes en las que se dividen longitudinalmente los cortes de los animales, láminas con quiméricas formas y nombres. Cabeza de tigre, cuerpo de elefante y cola de abeja, daría un Tifanteja. Más allá de lo quimérico (recordemos su acepción no de imaginario, sino de la posibilidad de la fantasía), Craig aquí logra retomar esa senda tan precisa (y me hago cargo de lo que digo) que supo auscultar, entre varios otros, Julio Cortázar con aquél primer y casi enfermizo y mejor libro suyo de cuentos que se llamó Bestiario, de 1951.
Los animales que caminan por el libro sin espejo de situaciones opresivas, ominosas y amorosas, insisto que nunca absurdas, pero porque el pulso del autor desarma esa posibilidad. La comprensión, su mera posibilidad de la realidad, está truncada por antiguos sucesos, lejanas máximas que marcan la senda por la que debe transitar la cordura y verdad de lo vivido. En el primer cuento, “Después del oso”, se fija una leyenda a partir de un oso, pero el poder radica en cómo se enhebran episodios precisos que dan sentido a ese lugar. Una respuesta al origen, termina siendo siempre una “medalla invisible”, tal como ocurrirá en “A lomos de un cerdo”, en “La batalla de los peces” y hasta en “Elefante”. En uno de ellos, un dicho irlandés, una sentencia, rezuma en una conducta que forja una identidad en el pueblo, con “Algo que está ahí, moviéndose en lo quieto”, un cerdo que aparece para ofrendar y purgar la rutina, para aceptarla con condescendencia. “Una forma nueva de rezar o de jugar solos, como nenes, como antes. Las cosas pasan así. Ahora, en este aire entero, sin grietas de humo, ni luces tibias, ni conversaciones, yo no me entiendo del todo a mí, como no los entendí a ellos”. En otro de los relatos, pájaros y peces salpican una lámina inmemorial del origen del lugar, y Craig entiende que la historia o genealogía es una invención, porque “Saben que existen ya, que se han inventado”. En este lugar se moldea el miedo, se conjura a partir del mapa dibujado con ese suceso inaugural, pero que sin embargo -si no se hace lo que se debe- puede volver a repetirse. El retruécano craigiano es el de hacer pasar el yo por el nosotrxs: como sucede con los animales; un elefante no es un yo, es parte de una especie, un nosotros colectivo, lo mismo un pez o una liebre, y eso se traslada a las experiencias humanas.
“Nuestro perro” trata nada imperceptiblemente sobre el espanto que conlleva la palabra símbolo, donde las partes separados nada significan y deben volver a unirse para que exista nuevamente el encuentro de personas que deben volver a reunirse, cordialmente. Aquí está en medio el perro, y el amor o amistad rotas, no dejan de ser una cuestión de énfasis o asimetría. Algo de eso podemos encontrar en “El alma de una zorra”, en el que el voyeurismo, la experimentación, la quimerización y taxidermia se dan cita como un modo del amor, donde la máxima es la de estar “Juntos y solos” frente al espectáculo que leemos; (ese horror tiene una pata, ja, en películas como “El ciempiés humano”, malas, pero donde se borran los límites entre las especies).
En los cuentos “Mamá búho”, “Las Liebres patagónicas”, “Proyecto Huemul” y “Papá dragón”, el autor pulsa el género fantástico desde la metamorfosis, una regla Ovidiana que aquí traspola para narrar realidades impasibles, determinantes, vidas que son “así” y donde “El miedo es una ventaja evolutiva”. La “fría chatura del aburrimiento” hace que, en otro de los relatos, el protagonista, mejor dicho su conciencia, le advierta “la sensación de vivir equivocado”; traigo acá nuevamente al Cortázar anterior, su cuento sobre los conejos, y otra reversión contemporánea en la Schweblin de “En la estepa”, con esa ambigüedad entre lo humano y lo que no lo sería); “El Proyecto Huemul” tiene una connotación histórica, y Craig mitifica el mito del peronismo, en esa gran avanzada experimental y científica y megalómana que es parte del propio discurso peronista desde hace tiempo. Escribe el narrador: “Acerca de esa situación, hay una historia oficial y mil cuentos. Además, hay una verdad. La verdad es siempre una posibilidad esquiva, salvo cuando uno es testigo y parte, cuando uno es la verdad en sí mismo”. El narrador será -como dice del afiebrado doctor alemán Ritcher- un “héroe de su fantasía”, porque allí está la verdad. A “Papá dragón” podemos leerlo como una invocación y loa a la figura paterna, donde el narrador, transitando por la ruta rutinaria y caliente, le “gusta ser eso que soy para papá”.
En otros textos, el autor aborda esa delgada línea entre la cordura como el heroísmo de la propia fantasía (vuelvo al Animalario: cada lector o jugador arma su animal como quiere, le da entidad, lo hace aparecer, y lo denomina). “La jirafa” propone un sinuoso camino en la que la imaginación es una apoyatura para soportar la realidad, casi una advertencia profética, una “luz animal que trotaba” y que descorre la inocencia en un mapa de exasperación. Las cosas suceden en estos cuentos del autor, porque los seres “Estaban aburridos de estar ahí”. Otra versión del mismo tópico está en “Cuidar a la cebra”, y una corona para la prosa del autor: el abuelo que narra la historia “Decía las cosas tan bien que las volvía necesarias”. Esa es una definición de la literatura y a la que Craig hace honor. En este cuento “… está lo que la gente ve y está todo lo otro”, ese mapa oculto que funda un sitio, un modo de vida, un espacio mental, a veces a través de frases que fundan familias. Craig arma un Bestiario deglutido y regurgitado con pericia, con destreza nada instintiva. “Yo te amo, pulpo” ingresa en el panteón de los textos que reversionan el amor en estos tiempos; mejor dicho reversionan el empeño y la dificultad -estoy tentado a decir imposibilidad- de las relaciones entre los seres que conformamos este mundo. “Fue pensando que si le pasaba algo, lo mejor iba a ser que le pasara todo…”; esa frase aparece en “Dios y los escarabajos”, una muestra y ejemplo de narración paranoica y de estilo certero, lo mismo hizo en “Una Avispa amarilla” con las derivas del discurso propagandístico. Animales es un eslabón, una respuesta provisoria pero necesaria, en el que reino animal se metamorfosea e inmiscuye en una escritura humana, demasiado humana, que cuenta, ya que son “más las cosas que se dicen que las que pasan”, donde la verdad es un ejercicio del estilo: “Porque a la gente le gusta hablar si le dan motivos, pongámosle, un elefante que aparece de un día para el otro en la canchita de fútbol gastada de un barrio pobre, aislado, silencioso, y se queda echado días, semanas, sin hacer nada más que pis y montañas dispersas de bosta verde, masticar yuyos y hurgar a veces en la basura, las ganas de decir algo, de conocer y contar alguna cosa que los demás con atención escuchen, se vuelven irresistibles”.
Animales, de Santiago Craig
Factotum ediciones, 2021