Ferradura (Engañapichanga 22)

para Trinidad

… vio cómo salto de un lado a otro sin aviso, el termostato también está en el alma, en mi cabeza… se agita sin paz, no me deja tranquilo, cosas del pasado me dan una bronca ingobernable, empiezo a patalear y dar coces y al rato me estoy riendo… ¿bipolar?, tripolar me dice Viviana desde Italia, cuatripolar, qué sé yo, lo que escribí antes es pura venganza, no hubiera sucedido si no  me empujaban, de todos modos no conté otros aspectos más íntimos, más desagradables, es que soy gente… ah, me muerdo la lengua… puf, paro aquí o deschavo todo…

Estoy aturdidazo en este momento, discúlpeme, ¿vio que empleo un lenguaje exprofeso vulgar?… ¿qué piensa de mí?… ¿soy llevadero, piola?, ¿se aburre conmigo, bosteza, anota?… es un día así, complicado, pasé una notte brava, por el calor, la humedad infame, la gata inquieta, los pensamientos pesadillescos recurrentes y al levantarme me olvidé de tomar la pastilla cotidiana para la hipertensión, escuché un ruidito raro en la cocina, perdía agua caliente el termotanque por los tubos de metal, lo apagué, cerré la llave del agua, salí a pagar cuentas, a retirar plata, hablar con el plomero, comprar verdura/fruta/pescado en la feria, averiguar cuándo llevar esta computadora nueva que se llenó de pronto de virus escurridizos, pagué el alquiler, me metí en el súper y… ah., qué cosa tan linda, me encontré con Trini, esa bomba circulante, nos dimos un paseo en góndolas y pasó esto, que quisiera recuperar entero o casi:

–¿Qué hacés por acá? Te vi en Facebook… ¿No estabas dorada, de bikini negro, en alguna playa brasilera?

–No, no, eran fotos viejas, en Buzios… en la playa Ferradura… más bien estuve internada, por una reacción a unos antibióticos… Casi paso para el otro lado, siempre estoy ahí, al borde, qué querés, son muchas cosas, es que tengo dos riñones en uno, sí, están pegados, es un caso rarísimo, fijate en Google, están así, formando una herradura, Ferradurinha, dos herraduras enfrentadas unidas por uno de los extremos –me muestra cómo están dibujando casi un corazón con sus manos–, no, no son de las que dan suerte, pero no se veían, hasta que después de un parto… tuve una hemorragia terrible, me querían abrir de aquí a aquí, media cintura querían abrir, pero dije no y me hicieron una cosita así, un puntito, me sacaron los cálculos, porque habían descubierto que el riñón, bueno, los riñones digamos, estaban llenos de puntitos, y por el líquido que salía iban cayendo uno por uno, les pedí que me los dieran, quería conservarlos, me dijeron que de ningún modo, que los llevarían de congreso en congreso como muestra de un caso tan insólito …

Tiene una bolsa con grisines en la mano, apretada al pecho mientras gesticula, y la sujeta tan fuerte, o tal vez ya estaba rota, que por una esquina van cayendo grisines al piso sin que ella se dé cuenta. Caen como caerían los cálculos, le digo, y nos largamos a reír en medio de toda esa luz blanca.

–Lo gracioso es que mis doctores eran vecinos, cuando pasaban por mi casa se asomaban por la ventana y me preguntaban cómo iba todo; encima tuve cesáreas, cuatro, porque cuando ya llevaba dos hijos me dijeron que como iba a morir pronto mejor dejarlos con algunos hermanos más, así es la vida, en cualquier momento chau, el riñón funciona a un cincuenta por ciento, pero nunca se sabe… Claro que podés escribir todo esto, sí, dale, mandámelo, lo subimos, que se lea, no hay problema, y resulta que empecé a andar mal, chorros de sangre, consulté y me dieron unos antibióticos pero otro médico me recetó otros y me broté, entonces me enchufaron algunos más, me iban a inyectar pero terminaron dándome unas enormes pastillas amarillas… me empecé a ahogar, porque la reacción me fue cerrando la garganta –se toca con delicadeza el cuello­ en un gesto tan hermoso que merecería ser fotografiado– y estaba sola, arriba, pensé que me moría, acá me muero, menos mal que estaba mi pareja abajo porque por lo menos me iba a encontrar muerta, sí, fue muy feo, lo llamé, le dijeron que me interne inmediatamente, me llenaron de cosas y aquí estoy, ahora me quiero ir a Rio de Janeiro… ah… parece el final de tu libro Perla… Mandame lo que escribas, qué divertido… pufff… esta cola insoportable, menos mal que estabas vos… Es así, ya uno es grande, como soy abuela reciente me dejé el pelo blanco pero parecía una viejita y no me gustó, son cincuenta y siete, nos veamos, mi departamento es un pañuelo, pero no quiero más, así está bien…

Nos despedimos, me llenó de vitalidad, me dio un bofetón de alegría. Voy a la feria, pago el alquiler, hago lo que tengo que hacer, cuando estoy llegando a la ferretería donde voy a buscar a Rubén, el plomero, me asalta la duda, sí, asalta, es un asalto repentino: cerré el agua, sí, y apagué el calefón, sí, pero no recuerdo si controlé que no estuviera el piloto prendido, tal vez lo puse más fuerte, y si seguía a todo vapor y estallaba el termotanque mientras yo no estaba… ¿y si el departamento se incendiaba y Piru, a la que dejo encerrada por precaución para que no salga al balcón sola, ha muerto quemada? No escuché alarmas, pero si al dar vuelta la esquina veo al camión de bomberos frente a mi edificio qué hago, no me perdonaré nunca si Piru, a quien cuido tanto, muere justamente por causa mía, por mi culpa, por mi santísima culpa. Apuro el paso, sudando, la bolsa pesa un montón, claro con tantos vinos blancos para sobrevivir en este verano húmedo como el que más… Doy vuelta la esquina, no se ven camiones rojos, no se huele a quemado, subo tembloroso al ascensor, que tarda en arrancar y casi me entra el pánico, arranca, entro a mi departamento, todo está en orden, sin llamas. Piru como siempre me espera en la cama, entrecierra los ojos y con el gesto de amor más puro y cómodo del mundo estira el cogote para una rascadita.

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