—Rescate— Mechón invisible. Sobre Cometa de la noche negra, de Diego Vigna

Una novela bien puede ser un ajuste de cuentas, pero uno al que se ingresa paulatinamente, como si el propio ajustador no quisiera ultimar del todo a la víctima, que aquí es la propia memoria. Cometa de la noche negra narra un viaje a la semilla, en un degradé equilibrado y sostenido. Si bien nunca nadie se metía con ningún origen, es el propio protagonista el que -con su daimon siempre a cuestas, uno que lo arrastra por ejemplo a indagar y comprender la vida del petiso orejudo- tomará esa posta para saber cómo (puede intercambiarse por un por qué) ha muerto su abuela paterna. 

Esa averiguación, los viajes que realiza el narrador, los que recuerda haber hecho, están matizados con descripciones de autoconocimiento, por detalles atemporales de una belleza inusitada, y por un leitmotiv que recorre el libro: el misterio de la fotografía. Hay una escena, entre varias, donde el protagonista está por sacarle una foto a sus padres, acomodados con el volcán de fondo, en uno de los viajes que hacen, y leemos: “Hice un poco de tiempo para que papá y mamá pudieran ofrecerse al mundo de los que no se interesan por más nada, desde ese lugar donde la naturaleza (el mundo) logra disolver la rispidez del tiempo de una convivencia, de un diálogo, de una parcela de vida compartida. El encuadre pudo durar ahí el mismo tiempo que tardaron en desarrollarse los peces y los bichos bajo el agua, en el Pacífico, refugiándose del viento durante millones de años.” Luego dirá: “Cuando apreté el disparador todo tenía la misma edad”. 

Existe en la novela una programática del recuerdo, pesquisa de una búsqueda de la verdad. Pero, como suele suceder con las verdades, no podemos ver más allá de las que nos limitan. Acá mencionaría otro elemento, un talismán relampagueante e incordioso, que es cifra del periplo por el que transita la conciencia del constructor de la historia. Se cuenta, en un par de oportunidades, que el padre del protagonista, Horacio, jugaba con el mechón largo de pelo de su madre, la abuela muerta; una vez sucedida la tragedia, el mismo niño Horacio, criado por el padre, un abuelo duro, curtido, buscará en su cabeza ese mechón invisible con el que solía jugar. Una ausencia que se torna presencia, rubricada por la persistencia de un niño que no entiende de muerte, de inconsistencias, al igual que el protagonista, aunque mucho más sagaz para mostrar esa debilidad de la existencia, ya que, como preguntará por ahí tras apoyar la oreja sobre la lápida de Cayetano Santos Godino, el petiso orejudo: “¿Todo lo que hizo, todo lo que hicimos, fue para saber si existe un fondo?”   

Como podemos sospechar, en los ajustes de cuentas no hay vencedores ni vencidos, ya que las dos partes han hecho lo suyo; pero mucho menos las hay en los ajustes familiares. La novela postula un compromiso en la constelación de imbricaciones genético-histórico-emocionales, de las que nadie puede salir ileso. Pero el protagonista enfrenta la situación ignominiosa (y mucho más por carecer de sintaxis familiar), que llevará la cruz del intentar comprender si todo lo que hacemos es -otra vez- para saber tocar fondo. Y me permito una coda: las historias familiares, las pueblerinas, tuvieron otro color con el estatuto literario al que las llevó Manuel Puig. Aquí, Vigna hace gala de algunos recursos (pastiche, mixtura) con elementos fotográficos y noticias que acercan la novela a una crónica deslizada, desenfocada, como una cometa de luz saliendo del cuadro ante la presión del botón de la cámara. 

Piglia, como antes otros, han dicho y reducido -con ese afán del ensayista que busca ciertas veces, caminar en la senda árida de la teoría- que lo que se narra es siempre un viaje o un crimen. Lo destacable es que Cometa de la noche negra narra las dos cosas en un equilibrio balzaciano, con el recuerdo como el verdadero criminal, quien pulsa, sondea, ¿construye? el delito retrospectivamente, mientras que la peripecia del narrador y del resto de los personajes se hacen cargo de la instantaneidad de los momentos, para llegar a alguna verdad, casi como (nuevamente) tomar una foto al vacío -desde el pulmón de una ventana en la casa de un abuelo, o un padre- para saber qué hay, qué revelará en sus márgenes. Como sacar o tirar la mano por esa ventana -ingresando a la conciencia, con balbuceos-, para no encontrar eso que se busca, pero que se sabe, se tuvo.  


Cometa de la noche negra

Diego Vigna.

Nudista

2017

por Nicolás Jozami