PODER PASTORAL (Sobre la serie El reino)
-Dios tiene una tarea para que haga cada uno-dijo su madre-.
No puede haber manos desocupadas en Su Reino.
-Yo no estoy en Su Reino- dijo Krebs
Ernest Hemingway (1925)
Los créditos iniciales de El reino, la reciente producción de Netflix, recuerdan a los de emisiones de Pol-Ka como El puntero, estrenada hace diez años. Ahora es la música de Cazzu la que acompaña, con estética de videoclip, las imágenes de manifestaciones políticas. Pero El reino trata menos sobre los conflictos municipales que sobre las agencias en las que se tejen las decisiones mayores. Por eso no es casualidad que los episodios protagonizados por Diego Peretti contengan la ambición de un espectáculo ganador y quieran, como los thrillers de complot, distribuir visiones clínicas de un mundo inseguro.
La serie se desarrolla en medio de una campaña presidencial -un conocido tópico de las ficciones paranoicas-, y presenta al líder de una iglesia evangélica que cuenta con grandes chances para las próximas elecciones nacionales. El guion de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro intenta, a su modo, hacer visible los mecanismos que posibilitan el ascenso de una fuerza siniestra en la noche de un país, por esta razón eligieron una conocida frase de Antonio Gramsci para presentar su historia: “El viejo mundo muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Como dice Eduardo Grüner, cuando ciertos productos de la industria cultural se pretenden audaces y “resistentes”, reaccionan de forma paranoica, y retratan el sistema como una inmensa red conspirativa: todos son sospechosos, todos esconden algo, todos pueden convertirse en monstruos. “Es la vieja paradoja de la sátira: si todo el mundo está podrido, ¿quién queda para contarlo sino el misántropo?”, preguntaba Fredric Jameson. En El reino dos abogados, interpretados por Nancy Dupláa y Chino Darín, son las heroínas que persiguen la verdad en un camino lleno de espinas. En los thrillers de complot, se sabe, no son los clásicos detectives los encargados de resolver el enigma, sino individuos particulares envueltos en una trama confusa los que deciden investigar. Por su parte, Rubén Osorio (Joaquín Furriel), operador político y secreto jefe de campaña, representa las -no tan- invisibles manos del poder, aunque también sea una pieza que puede sustituirse. Luego aparece Elena Vázquez Pena (Mercedes Morán), la esposa del pastor y candidato. Su figura supone los íntimos vínculos entre la religión y la política, por este motivo se la suele mostrar en su habitación, negociando con su marido, como dos gerentes de empresas que compiten por los mismos consumidores. No siempre las parejas que duermen en la misma cama, nos recuerdan las series, descansan al mismo tiempo.
Después de ver los primeros ocho capítulos de El reino uno tiene la sensación de que no se exploraron los límites de su historia, interpretada por un elenco talentoso, que pedía más (Peter Lanzani, Vera Spinetta). La trilogía de la paranoia (Klute, El último testigo y Todos los hombres del presidente), realizada por Alan J. Pakula durante la década del setenta, es una muestra de que se podrían haber filmado escenas con otros problemas. En este sentido, la aparición de elementos sobrenaturales, sugeridos por el director, pueden auxiliar a una producción que a veces confunde la oscuridad de sus personajes con la simple ausencia de luz.
¿Hace falta recordar que las ficciones no son un espejo? Ni siquiera el diario de esta mañana refleja la porción de realidad que le interesa capturar. Por sus críticas y pedidos de boicot, ciertos espectadores le ahorraron a la plataforma de streaming una costosa campaña publicitaria. Quizá, si se filma una segunda temporada, podamos prestarle otra atención, no pese, sino gracias a esperados nuevos giros de su “escandaloso” argumento.